DOMINGO GUILLEN ESTUDILLO

Cuando relatamos en este espacio la figura de un facinense, no estamos dándole más importancia que a cualquier otro vecino de este pueblo, solamente dejamos constancia aquí de su personalidad y de la relación que tiene o tuvo con nuestro pueblo. Como es lógico cada uno tendrá su opinión de él según haya sido el trato en caso de conocerlo personalmente, o bien lo que de él le hubieran contado.

Es innegable la cantidad de hijos de Facinas que tuvieron que emigrar para buscar mejor vida lejos de su pueblo. Decisión ésta que casi siempre lleva consigo un auténtico drama, sobre todo en los años de más precariedad, porque era consecuencia de una falta de perspectiva para un futuro en este pueblo al que muchos de ellos le costaron abandonar. Hoy la gente está más preparada, las oportunidades son diferentes y casi nadie rompe por completo el contacto con el pueblo, ya que regresan casi semanalmente y puede decirse que forman parte de nuestra sociedad actual. Pero aquellos que tuvieron que emigrar lejos, formaron sus hogares y familias en otras ciudades y otros ambientes a los que como es natural saben agradecer la oportunidad que encontraron allí.

            Unos más que otros siguen recordando este lugar como algo suyo, como su auténtica raíz, y que a pesar de que Facinas no les proporcionó en su momento el trabajo y la posición que hubiesen querido, añoran la  juventud vivida  y disfrutan con nuestras cosas tanto o más que los que permanecimos  aquí.

            Un auténtico ejemplo de todas estas personas es Domingo Guillén Estudillo. Nacido en la década de los cincuenta en el seno de una familia numerosa. Sus padres Domingo Guillén y Ana Estudillo fueron un ejemplo de personas luchadoras y trabajadoras para sacar adelante a siete hijos, de los que Domingo era el más chico. Cuatro varones;  Juan, Salvador, Manolín y Domingo, y tres hembras; Maria, Pepa y Luisa. Juan y Salvador han fallecido ya, dos excelentes personas que todavía podrían estar entre nosotros, puesto que eran jóvenes cuando murieron.

            Sus padres formaban uno de tantos matrimonios de los que en aquellos tiempos tenían que recurrir a toda clase de trabajo para poder alimentar y educar a los hijos. Los recordamos como personas muy agradables y honradas, condiciones que han llevado todos los hijos.

            Domingo creció en Facinas cuando ya se nos empezaba a abrir los ojos y a no aceptar resignados la vida que se ofrecía en este lugar. Tras unos años de escuela, y como hicimos todos, muy pronto a buscar trabajo para ayudar a la casa. Por este tiempo empezamos a rehuir las labores del campo, tan penosas y poco lucrativas, de ahí que las metas eran entrar a  trabajar en algún comercio o empresa, entre los que destacaban en el pueblo las de albañilería, las fábricas de pan, bares o las tiendas de Villanueva y Trujillo.

Otros con más posibilidades o que destacaban por su inteligencia, estudiaban.

            Domingo trabajó muy joven en Casa Villanueva aquí en Facinas y se matriculó en la Escuela de Hostelería de San Roque al igual que muchos otros jóvenes del pueblo que eran alentados por los maestros de entonces a prepararse para aquel próximo futuro que se preveía.

            En toda esta etapa Domingo formó  parte muy activa de aquella juventud inquieta de este pueblo, destacando por su simpatía y por ser muy respetuoso con todo el mundo. Amante del deporte, jugaba en el equipo de fútbol, y como todos los de la pandilla, siempre dispuesto a disfrutar de lo que entonces podíamos, como eran los bailes, guateques, o las reuniones en los bares donde a base de una alegría sana sacábamos el máximo rendimiento a unas carteras más bien escasas de dinero.

            Como resultado de algunas salidas que se hacían a los pueblos cercanos, Domingo conoció a Margari en Barbate, se gustaron y aceptaron que juntos debían pasar ya el resto de sus días. Y así ha sido.

            Pronto comprendió que en Facinas no había posibilidades para lo que eran sus ilusiones, y aprovechando los conocimientos de hostelería comenzó  trabajar en empresas de este tipo por la Costa del Sol, pero por períodos cortos, llegando incluso a irse a Mallorca donde también estuvo un tiempo.

            Corrían los años setenta cuando un hermano de Margari que trabajaba en Benidorm le propuso que se fuera para allá, y así Domingo y Margari se casaron y se dispusieron a vivir juntos en aquellas tierras alicantinas.

            De todos y cada uno de los trabajos y negocios que Domingo ha desempeñado durante todo este tiempo no puedo dar referencias detalladas, pero sí sé que durante los primeros años, él y Margari trabajaron muy duro, y poco a poco fueron pasando de trabajador a propietarios, adquiriendo un patrimonio del que hoy ambos se sienten orgullosos, sobre todo reconociendo que todo ha sido fruto de muchos años de sacrificios y trabajo duro.

Yo le añado que junto a esos esfuerzos hay que sumarle el carácter, la honradez, la inteligencia y el saber estar que no todo el mundo posee. Domingo y Margari pueden, y de hecho lo están, orgullosos de lo que han conseguido, pero que nadie piense que es fruto de la suerte, es el resultado lógico de lo que se  consigue con la ilusión y “por derecho”, como ellos lo han hecho.

            Han formado parte de la sociedad de Benidorm desde aquellos años en que comenzó a ser el referente del turismo, y por ello se sienten tan identificados con ese pueblo y esa zona donde encontraron lo que pedían a la vida, que hoy no la cambian por nada, y eso es totalmente comprensible, y  además demuestra una vez más el carácter de las personas que saben ser agradecidas, siempre se ha dicho que “ser agradecido es de bien nacido”.

            Aquí nacieron sus hijas Ana Mary y Raquel que significan el más importante motivo para amar y sentirse parte de esta tierra. Aquí conocieron a infinidad de  personas representativas del mundo del turismo, muchas de gran relevancia, habiendo recorrido gran parte del mundo siempre considerados como un referente del negocio de la hostelería de aquella zona.

            Hoy, Domingo y Margari, jóvenes aún, pues solamente tienen cincuenta y pocos años, han decidido retirarse del trajín de los negocios. Han arrendado sus propiedades y viven en una finquita con una gran casa y una extensa huerta donde cultivan con sus propias manos toda clase de árboles frutales y otras especies de hortalizas, a unos diez kilómetros de Benidorm, en el municipio de la Nucía. Tienen hechas sus vidas allí, sus amistades, y además deben atender sus propiedades.

            Viajan a menudo a tierras catalanas donde residen las hijas, sueñan cada uno con los pueblos  que abandonaron, pero viven en otro sueño llamado Benidorm donde encontraron lo que pedían a la vida.

         Domingo pasa los días rememorando su vida en Facinas, pendiente de nuestras cosas como si residiera aquí, enganchado a la magia de Internet que es el hilo por donde mantiene una continua comunicación con los que quedamos, pendiente de su huerta y practicando su deporte favorito en la actualidad que es la maratón, formando parte del equipo de Altea con el que recorre, y nunca mejor dicho, muchos lugares de la zona y fuera de ella participando en competiciones para veteranos.

            Ahora, libres ya de los compromisos del negocio, suelen venir cada verano a “refrescar las amistades”. Es entonces cuando se comprueba la categoría de Domingo, ya que como es lógico y debido a tantos años ausente no conoce a muchas personas nacidas en estos treinta y tantos años, y  algunos de los mayores que viven aquí no le recuerdan bien, pero él muestra un gran interés por saber de todos, por saludarles, en definitiva por demostrar que es uno de aquí, que aunque la vida lo llevó a otro lugar, continua formando parte de nuestro paisaje.

            Para esta narración que he hecho de mi amigo Domingo, no he recabado datos fidedignos de ningún archivo ni de nadie, solamente él podría contar con toda clase de detalles todos los momentos buenos y malos de esta aventura de su vida, yo únicamente me he dejado  guiar por  mis recuerdos, del trato que mantenemos y de lo que comprobé aquel día que pasamos juntos por aquella zona, donde como anfitrión y gran amigo me enseñó su casa y su “mundo”. 

          Desde entonces admiro mucho más a este gran facinense que ha paseado y pasea con orgullo el nombre de su pueblo allá por donde va, y al que le deseo toda la suerte del mundo junto con su familia.

                                   Sebastián Álvarez Cabeza
                                   Facinas, noviembre de 2008